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Migrar y retornar con la mente trastornada

Son tres mujeres venezolanas que huyeron a Colombia para mejorar su calidad de vida, pero regresaron a Venezuela agotadas por las violencias basadas en género que minan el trayecto de ida y vuelta. Al contar sus historias, ellas reconocen que necesitan ayuda para recuperar su salud mental

Reportería y redacción: Rosalinda Hernández | Ilustraciones: Ernesto Cáceres | Acompañamiento editorial: Edgar López

I.- Continuar con vida

Yo no salí de Venezuela por gusto; en mi caso era salir del país o morir. 

En Colombia conseguí una operación que me ayudó a continuar con vida, pero no ha sido ni es una buena vida. Siempre estoy así, como me veo hoy: angustiada, desesperada, ansiosa y llorando todo el tiempo. 

Comenzando el año 2021, los médicos me dijeron: “Susana, tiene un tumor en el cuello uterino y necesita con urgencia una histerectomía”. Hice todas las diligencias necesarias para conseguirla en los hospitales de San Cristóbal, pero no se pudo. Tampoco tenía la plata para cubrir ese gasto en una clínica privada. 

Los médicos advertían que el tiempo era un enemigo implacable. A mis 54 años, la espera no era una opción; el tumor crecía y, con él, el riesgo de malignidad. Las hemorragias eran incesantes, los dolores eran insoportables, la  hemoglobina me descendió a 6. Como le digo, era salir del país o morir. Elegí vivir, pero eso significaba dejar muchas cosas atrás, casi todo, y comenzar de cero en otro país.

En medio de la desesperación busqué ayuda en la persona menos indicada: el papá de mis hijos, que vivía en Bogotá. Nosotros estábamos separados desde hacía unos cuatro años. Le conté la situación por la que estaba pasando.  Él se ofreció a recibirme y a ayudarme a conseguir una operación rápida y gratuitamente. 

Viajé a Bogotá en julio de 2021. El papá de mis hijos me ayudó a conseguir la atención médica que necesitaba y la intervención fue un éxito… Pero al pasar los días, cuando pensé que mi problema había acabado, empecé a morir lentamente. Mi vida se empezó a desmoronar e intenté suicidarme.

A cambio de la ayuda que me prestó, ese hombre me maltrató física y psicológicamente; abusó sexualmente de mí, todas las veces que quiso, por muchos meses. Me obligó a que hiciera cosas horribles, cosas que me llevaron a intentar quitarme la vida. Él justificaba sus acciones con la cruel idea de que nada es gratis y que yo debía “pagar” por la operación.

La situación se volvió un infierno y llegué a un punto de tener que recibir ayuda psiquiátrica. Me quisieron hospitalizar por el intento de suicidio y la depresión, pero me negué porque ¿quién me iba a sacar después de ahí?

Cuando pude estar en regulares condiciones, con un mínimo de estabilidad, regresé a Venezuela a vivir en el rancho que tengo aquí, en San Cristóbal, en la comunidad del Renacer de La Machiri. No es algo cómodo, pero al menos es mío y lo tengo bien limpio y arreglado.

Al retornar, nunca volví a ser la misma de antes. Sigo medicada, tengo que tomar una pastilla en la mañana y otra en la noche para controlar la depresión, la ansiedad y para poder dormir. A veces me encierro, duró varios días mal, y mi hija o los vecinos me traen algo de comer.

Ahora estoy desempleada, no ha sido fácil encontrar trabajo aquí, quizá por mi edad o también por la situación del país que no ha mejorado. Estoy haciendo un curso de costura y trato de distraerme cortando, pero llega un momento que todo vuelve a mi cabeza, todo lo duro que pasé allá en Bogotá y siento que no soy capaz de controlar esa situación. Grito, me desespero y tal vez le estoy haciendo daño a mis seres queridos que están cerca. Se qué necesito ayuda psicológica, quiero recomenzar, es duro a mi edad vivir así.

Carga adicional

Clara Astorga, presidenta de la Federación de Psicólogos de Venezuela, explica que muchas personas que huyen de Venezuela afrontan experiencias de riesgo extremo que les causan daños psicológicos. Los perjuicios del desplazamiento forzado en la salud mental suelen empeorar con la frustración por no lograr una mejor calidad de vida fuera del país y el retorno a Venezuela con la sensación de derrota, agrega la experta.

Cuando se trata de mujeres retornadas los desafíos son mayores. Astorga indica que ellas deben asumir la carga adicional de las violencias basadas en género. Las mujeres que huyen de Venezuela están en una situación de precariedad material y emocional que las hace más vulnerables a distintas formas de abuso, entre ellas el abuso sexual.

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