En el universo gastronómico tachirense
Aprender a hacer para aprender a apreciar… y a mandar
Fue muy inspirador el consejo de mi padre, cuando siendo niña le pregunté ¿para qué me serviría tomar clases de cocina? Y respondió que me serviría, sino para cocinar, para hacer algo –que por cierto nos gusta a los tachirenses tanto como comer- aprendería a mandar. Recuerdo que repitió una de sus frases:
Hay que aprender a hacer para aprender a mandar,
porque el que no sabe hacer,
no sabe mandar
Ese consejo me sirvió como guía, y entonces las clases de cocina en mi colegio Santa Teresita del Niño Jesús, con Doña Evangelina de Sánchez, me iniciaron en el aprecio por el buen comer, y me indujeron, sino a ser una buena cocinera, a conocer el recetario y a través de él, la tan especial manera de ser de nosotros los tachirenses, a través de atesorados secretos de familias de San Cristóbal y pueblos vecinos. A comprender los encuentros y desencuentros que nos entrelazan con los paisanos andinos de otras regiones venezolanas y los vecinos colombianos.
Comer es siempre visitar la infancia
Me sorprendía la añoranza evocadora de mis ilustres paisanos por esa cocina tradicional. Nostalgia por el recetario de la mesa tradicional, que evidencia la búsqueda de la patria emocional que es la infancia, en donde los recuerdos de la mesa de la niñez son siempre un territorio amado. Me sorprende aún la exigencia no cumplida, de un gran restaurante tachirense de cocina de autor con fundamento cultural donde la mesa de la contemporaneidad presente con orgullo el trabajo de los excelentes cocineros formados para presentar en la gran mesa la vanguardia gastronómica nacional nuestra cocina patrimonial.
Leonor Peña